Algunos versos elegíacos
de Teognis de Mégara.

por María Eugenia Lara



Carpe diem

En el gozo de la juventud me deleito,
pues una vez se extinga mi aliento bajo tierra,
sin voz, como la roca, largo tiempo yaceré;
atrás dejaré la amada luz del sol,
aun siendo valeroso, nada ya contemplarán mis ojos.


* * *

Igual consejo daré a los hombres: que de sus riquezas gocen,
mientras en la flor de la juventud albergue su corazón
pensamientos nobles; pues no es designio de los dioses
que los hombres la juventud dos veces gocen,
ni la muerte esquiven.


* * *

Acertijos

De mí, vino no beben; otro hombre peor que yo lo guarda
en casa de la dulce niña.
De mí, agua fresca beben en su casa sus amados padres;
con frecuencia va a buscarla y entre gemidos me lleva;
yo, entonces, ciño a la niña su cintura, le beso el cuello,
y de su boca deja escapar dulces suspiros.

* * *

Mis amigos me traicionan y ante los hombres
nada darme quieren; mas salgo
por mí misma a la tarde y al alba de nuevo entro
con el canto del gallo que despierta.

 


Consejos y sentencias

Al hombre anciano mujer joven no conviene,
pues no obedece al timón como un barco,
ni echa ancla; soltando amarras
muchas noches a otro puerto arriba.

* * *

Ardua tarea es para el hombre inteligente entre necios hablar mucho
o callar siempre: pues no es posible eso.

* * *

Sobre la tierra ningún hombre está libre de reproche,
pero es preferible no interesar a muchos.



Teognis de Mégara, poeta griego del siglo VI a.C., firma unos 1.400 versos que han llegado hasta nosotros, aunque es muy probable que no sea autor de todos ellos. Se reúnen bajo el título de Colección Teognidea, cuyo núcleo originario serían probablemente los poemas de Teognis a los que se fueron añadiendo el resto.

Muchos de ellos, los más breves, constituyen un magnífico ejemplo de la riqueza y espontaneidad de un género poético, en concreto el simposiaco, destinado a amenizar los banquetes tan del gusto de los varones griegos de elevada posición económica. Nos podemos imaginar a Teognis improvisar sus versos en el transcurso de un simposio, cuya finalidad era reunirse para beber con los amigos, acompañados de buena comida y mejor vino, eso sí, rebajado con agua para no empañar totalmente el buen entendimiento de los comensales. Según la capacidad poética de sus compañeros de lecho o kline, se produciría un intercambio de versos con los que cada uno intentaría demostrar su mayor o menor inventiva, inspirados por los dulces sones de la flauta, instrumento que junto a la lira acompañaba a la poesía antigua griega.

Dicho esto, no es de extrañar la variedad temática y el aparente caos de los versos de Teognis. Suponemos que al comienzo del banquete los poemas se ceñirían a los temas literarios tan del gusto de los antiguos griegos, como el carpe diem; a medida que los esclavos vertieran más y más vino en las crateras, la fiesta iría adquiriendo un carácter lúdico y entonces sería el momento de los acertijos, algunos de tono bastante subido, aunque también los hay casi infantiles como los que hemos recogido; por último, cuando el nivel etílico de los comensales les colocara en ese puntillo pseudofilosófico y un pelín nostálgico propio del final de una borrachera, llegaría el momento de los consejos y las sentencias, que Teognis suele dirigir a un amigo más joven al que en ocasiones llama por su nombre, Cirno. Otras veces los banquetes estaban amenizados con danzas de los esclavos que servían la comida, la compañía de selectas hetairas, especialmente adiestradas para agradar a los hombres con su conversación, canto y otras artes, y con juegos como el cótabo. Consistía en lanzar con la mano derecha y apoyándose en el codo izquierdo las últimas gotas de vino de la copa en un recipiente. En ocasiones debía acompañarse el lanzamiento con el nombre del amante de turno. Según el ruido hecho por las gotas al golpear el recipiente se sabía si su amor era o no correspondido.

 

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© María Eugenia Lara. 2004.

La Sombra del Membrillo. 2004.