Cartas a Pilar. Antonio Machado.
(Editorial Anaya, edición de Giancarlo Depreis)

por Julia Morillo

 


¡Hola amigo lector!

He encontrado algo que quizás te pueda interesar ¿Una sugerencia de lectura? No lo sé. Tal vez sí, o quizás eso sea mucho decir. Tú decides. Esto que vas a leer son sólo las impresiones que me causó un libro y que quiero compartir con quien quiera seguir leyendo. Si después de haber leído lo que te cuento te interesa el libro, ¡adelante! Si no te puedes gastar ni un céntimo, tranquilo, todas las bibliotecas son gratis. No te cortes. Búscalo donde puedas encontrarlo y disfrutarás de su lectura. Pero ¡cuidado! Si lo haces, no te quedará otro remedio que leer otros libros del autor del que aquí se habla y esos te llevarán a otro, y a otro… Porque ya se sabe: con los buenos libros pasa como con los buenos amigos: que uno te lleva a otro, y a otro, y a otro más sin parar … enriqueciéndote en su compañía como nunca antes habías imaginado.

El libro del que te hablo se titula "Cartas a Pilar", de Antonio Machado. Se trata de una colección de cartas que el poeta Antonio Machado escribió a la mujer que fue el gran amor secreto de su madurez a quien él en sus versos llamaba Guiomar (pero que en realidad se llamaba Pilar de Valderrama). Estas cartas eran todas clandestinas. Ella vivía en Madrid, estaba casada, y a pesar de que su marido le había sido infiel con una corista que intentó suicidarse, ella siempre intentó mantener las apariencias y nunca se separó de su marido. Machado la había conocido en una visita que ella hizo a Segovia donde él era profesor. Los presentó un amigo común. Desde ese momento Machado quedó profundamente enamorado de ella, con un amor maduro y platónico que parece ser que nunca pasó más allá de las miradas enamoradas del poeta, las tardes en un café mirándola como a una diosa hasta quedar embobado, y estas deliciosas cartas en las que D. Antonio dice a su amada con toda la sencillez y la dulzura del mundo todo lo que no se atrevía a decirle cara a cara. Como un adolescente.

Como te digo las cartas eran clandestinas, las enviaban a una amiga común, Hortensia, que se las hacía llegar a Pilar (luego dejaron de hacerlo), o las dejaban en un buzón especial del café Continental. Machado venía de Segovia a pasar el fin de semana en Madrid. Sólo se veían los viernes por la tarde a escondidas, en un café de Cuatro Caminos y a veces él paseaba al atardecer, "a la hora del último sol" por el Parque del Oeste sólo por verla un instante asomada al balcón de su casa.

"(...) Ya se fue la diosa. ¿La volveré a ver? Quisiera apartar de mi pensamiento toda tristeza, para que mis letras no lleguen a ti impregnadas de una melancolía que, por nada del mundo quisiera que fuese contagiosa. Hay que buscar razones para consolarse de lo inevitable. Así, pienso yo que los amores, aún los más realistas, se dan en sus tres cuartas partes en el retablo de nuestra imaginación. Por eso la ausencia tiene también su encanto, porque al fin, es un dolor que se espiritualiza con el recuerdo de las presencias. Acaso todas las diferencias entre los hombres son de memoria y fantasía. Saber recordar, saber imaginar ... Tal vez el amor no es más que eso, y donde eso acaba, comienza la materia, la muerte. (...) Mientras podemos recordar, -recordarnos-, vivimos, y la vida tiene un valor: el de nuestras imágenes.

Y ahora te veo yo, diciéndome ¡adiós! con la mano, el día de nuestra última entrevista, y tras esa imagen se me va el corazón, tantas veces como la evoco. Y para consolarme traigo a la memoria, la radiante sorpresa de tu llegada, el último día que nos vimos. Lo maravilloso del espíritu es el poder milagroso de elegir entre las imágenes, y cambiar a voluntad unas por otras. (...) Aunque de cuando en cuando, diosa mía, me invade una enorme tristeza. Porque aunque la fantasía pone mucho para consuelo de amantes ausentes, no llega a tener la virtud de la presencia real. "

Te daré unas pistas más para que puedas disfrutar de estas cartas: cuando hablan de "tercer mundo" se refieren a un espacio especial, imaginario, en el que ambos se encontraban, se sentían y se amaban en la distancia. Fijaron una hora concreta del día para pensarse y sentirse mutuamente y establecieron una especie de código secreto en sus cartas. Ese "¿Sabes?" al que se refiere Machado al final de sus cartas no es ni más ni menos que un "Te amo" encubierto, ya lo verás:

"¡Si vieras lo que son para mí tus cartas en Segovia! Y no olvides esos ¿Sabes? tuyos que a mí me electrizan. Sospecho que ahora me estás escribiendo ¿Verdad?

(...) ¿Que si recuerdo lo que me dijiste de mi cara cuanto te veo? Gracias, amor mío, gracias. Eso es muy verdad. No dudo que se me ilumine el rostro. Es que como dice Gonzalo de Berceo: "me sale fuera la luz del corazón" y esa luz es la que pone mi diosa.

(…) ¿Cuándo nos veremos? Sueño con nuestro rincón. ¡Ojos y labios de mi diosa! ¡Su cuerpo tan precioso y tan defendido por el alma que lleva dentro! Todo para mí se ilumina cuando te veo, Pilar ¿Cómo has conquistado a tu poeta? Tú, tan serena, tan suave y ¡tan fuerte! ¿De qué sustancia invisible es la cadena que me echaste al cuello? Y todo sin pretenderlo. Esa es la diferencia entre la mujer y la diosa. La mujer se propone atraer; a la diosa le basta ser para dominar. En verdad, que ya podría yo morirme, porque ¿Qué más puedo yo esperar de la vida? El domingo te sentí a las doce ¡tan cerca! Y tus ¿Sabes? me quemaban el corazón...".

Cuando terminé de leer este libro quedé impresionada por la sencillez y la dulzura de este hombre de aspecto tan serio y tan desaliñado. Está considerado como uno de los poetas más grandes de nuestra literatura y sin embargo aquí parece (porque lo era y así quería él que se le viera) una persona como todos nosotros, sencillo y natural, sin arrogancia ni artificios ni adornos de ningún tipo. Después estuve muchas noches releyendo algunos de sus poemas, sobre todo los de la última etapa, la que coincide precisamente con el tiempo de las cartas a Pilar. Ahora, con otra mirada, leo de un modo distinto estos versos:

Perdón, madona del Pilar, si llego
al par que nuestro amado florentino
con una mata de serrano espliego.
con una rosa de silvestre espino.

¿Qué otra flor para ti de tu poeta
si no es la flor de su melancolía?
Aquí, donde los huesos del planeta
pule el sol, hiela el viento, diosa mía,

¡con qué divino acento
me llega a mi rincón de sombra y frío
tu nombre, al acercarme el tibio aliento
de otoño, el hondo resonar del río!

Adiós; cerrada mi ventana, siento
junto a mí tu corazón… ¿Oyes el mío?

En estas cartas no sólo hay palabras de amor, hay también comentarios sobre su idea de la poesía. En una de ellas cuenta cómo los jóvenes poetas de la Generación del 27 le escriben para pedirle consejo sobre sus innovaciones en la poesía que estaban empezando a hacer. Machado, tan educado y correcto como siempre, no quiso desilusionarles y les animaba a seguir adelante, pero en una de las cartas le comenta a Pilar:

"Ahora estoy recibiendo libros de poetas jóvenes: Jorge Guillén, Pedro Salinas, con dedicatorias muy cariñosas. Son jóvenes de gran talento y, además, excelentes muchachos. Nadie más deseoso que yo de que sus libros sean maravillosos.. Pero, te confieso que, a pesar de mi buen deseo, no logro comprenderlos: quiero decir que no comprendo que eso sea poesía. Te llevaré un día algunos versos de esos muchachos, los leeremos para que tú me ayudes a descifrar esos laberintos de imágenes y conceptos, donde yo no descubro la menor emoción humana. Porque la lírica ha sido siempre una expresión del sentimiento, el cual contiene a la sensación -no a la inversa- y se relaciona con las ideas, se engendró siempre en la zona central de nuestra psique, y nunca pretendió hablar, ni a la pura sensibilidad, ni mucho menos, a la pura inteligencia."

Lo que Machado había leído de los jóvenes del 27 eran los primeros intentos, los coletazos de la vanguardia, llena de versos libres, conceptos mecanicistas e "inhumanos" de la poesía y la palabra. Un paso inevitable e imprescindible para evolucionar y llegar luego a la gran poesía del 27 que Machado no leyó nunca, pero que sin duda alguna le habría entusiasmado.

Yo, que admiro profundamente a los poetas del 27 (Machado y algunos de ellos duermen a mi cabecera…), creo que Machado se habría estremecido leyendo junto a su diosa este poema de Pedro Salinas. ¿A que sí? Mira, léelo y a ver qué te parece:

¡Qué paseo de noche
con tu ausencia a mi lado!
Me acompaña el sentir
que no vienes conmigo.
Los espejos, el agua
se creen que voy solo;
se lo creen los ojos.
Sirenas de los cielos
aún chorreando estrellas,
tiernas muchachas lánguidas,
que salen de automóviles,
me llaman. No las oigo.
Aun tengo en mi oído
tu voz, cuando me dijo:
"No te vayas". Y ellas,
tus tres palabras últimas,
van hablando conmigo
sin cesar, me contestan
a lo que preguntó
mi vida el primer día.
Espectros, sombras, sueños,
amores de otra vez,
de mí compadecidos,
quieren venir conmigo,
van a darme la mano.
Pero notan de pronto
que yo llevo estrechada,
cálida, viva, tierna,
la forma de una mano
palpitando en la mía.
La que tú me tendiste
al decir: "No te vayas".
Se van, se marchan ellos,
los espectros, las sombras,
atónitos de ver
que no me dejan solo.
Y entonces la alta noche.
la oscuridad, el frío,
engañados también,
me vienen a besar.
No pueden; otro beso
se interpone en mis labios.
No se marcha de allí,
no se irá. El que me diste,
mirándome a los ojos
cuando yo me marché,
diciendo: "No te vayas".


Poco después, la guerra los separó definitivamente en 1939 y no volvieron a verse nunca más. Parece ser que ni siquiera pudo haber una despedida… Él ya estaba muy enfermo, marchó a Valencia con su madre empezando el largo y penoso peregrinaje que le llevaría a morir fuera de España sin apenas nada. Ella marchó a Estoril, en Portugal. Después de leer estos breves fragmentos de esas cartas, verás como se lee de otro modo este poema desgarrado que Machado escribió en Valencia.:

De mar a mar entre los dos la guerra,
más honda que la mar. En mi parterre,
miro a la mar que el horizonte cierra.
Tú asomada, Guiomar a un finisterre,

miras hacia otro mar, la mar de España
que Camoens cantara, tenebrosa.
Acaso a ti mi ausencia te acompaña,
a mí me duele tu recuerdo, diosa.

La guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y es la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama

y la soñada miel de amor tardío,
y la flor imposible de la rama
que ha sentido del hacha el corte frío.

Y ahí acabó todo. Ya conocemos el triste final de D. Antonio: murió el 22 de Febrero de 1940 (hace ya 64 años) en el pueblecito francés de Collioure, con la compañía y la ayuda desinteresada de unos pocos amigos que lo vieron morir apenas tres días antes que su madre. Siempre me habían parecido muy tristes las circunstancias en que murió. Ahora, sabiendo que la separación de su amada había sido ya el primer paso hacia la muerte, me lo parecen aún más. Y crece mi admiración ante su sencillez, su humildad, su dulzura y su grandeza. Dicen que en el bolsillo de su chaqueta encontraron un pequeño papel garabateado con unas palabras llenas de sencillez y de magia a pesar del dolor:
"Estos días azules y este sol de la infancia…"

© Julia Morillo Morales. 2004.

La Sombra del Membrillo. 2004.