EL LLANTO QUE INUNDA NUESTROS OJOS.

El llanto que inunda nuestros ojos,
es más grande que
los miles de siglos de lluvias invocadas.

El llanto que inunda nuestros ojos
es más grande que
las miles de almas en el cielo destruidas.

El llanto que inunda nuestros ojos
es más grande que
los miles de lagos de sangre,
que hay en España.

Willy Fente y Adrián Gutiérrez
(6º Primaria, Colegio Federico García Lorca de París)


ACOGIMIENTO

Enjuagué cada gota de lluvia
-separé la sangre de la última lágrima-.
Vertí leche y vertí vino
-junté la llama del sostenimiento y el frío-.
Compuse el temple de su belleza
-cada motivo de defunción…reclamé-.
Tan extraño. Tan admirable.
Porque es su pena quien me acoge.Vacié la vela, te juro que vaciaría su alma
-leve fue el roce en el reparadero de su corazón-
(edito cada una de sus palabras).
La sombra que fue, la penumbra,
la calma que alivia todo duelo…
(Describo su llanto).
(Y) trazo todos los rasgos cada noche
en la invocada de su ofrecimiento.
Tan extraño. Tan ajeno.
Porque es su pena quien me acoge.
Este es el ruego que elevo
-el último pecado confeso que adeudo-
Y ese es el deseo póstumo,
velado en la enredadera de su cabello.
(Sí, perdí cada estribo de Fe).
(Y) descargo todo su lastre en el calvario,
ella es la vena, el vacío…
Tan extraño. Tan doloroso.
Porque es su pena quien me acoge.
Siempre es su pena.
La que me acoge.

José Seoane
(A Coruña, España)
(Recibido el 12 de marzo de 2004)


(Ilustración original de Alicia María Uceda, 13 años,
Yuncos, Toledo)

11-M

¿Por qué paladear muertes precoces,
acunadas por la locura ciega,
ese odio que con el corazón juega
a silenciar con sangre vuestras voces?

El aire reverbera con sus hoces
aullidos que el metal envuelve y niega.
Hoy es la misma muerte la que siega
con fuego las miradas más atroces.

En cada trozo, en cada muerte, Vida.
E irán reconstruyendo mis hermanos
jirones de esa sangre aborrecida,

sangrada para nada, y vuestras manos
teñidas con doscientas amapolas
de vuestros corazones, tan livianos.

13-marzo-2004
Gabriel Martín
(Madrid, España)
(Recibido el 13 de marzo de 2004)


ESTERTORES DE MADRUGADA.
Para la valerosa ciudad de Nueva York y el emergente corazón de España, Madrid.

El viento obscuro era vida
al son de la madrugada.
Su espumosa luz herida
era una voz desgarrada.

Una marea aturdida
respiraba la alborada,
cual ocaso de la vida
en tan sombría ensenada.

Entre los cuernos de hierro
danzan aguas de templanza,
bajo losas de destierro.

Porque el cielo se hizo lanza,
cruz y mármol del entierro
de la voz de mi esperanza.

David Fernández Rivera
2º de Bachillerato,
Colegio
Apóstol Santiago, Vigo (España).
(Recibido el 13 de marzo de 2004)


 

Aires de pena corren,
suspiros de luto para los españoles.
Tristes, agonizan, tristes
tristes por los que han perdido, tristes.

Lágrimas negras que impulsan los corazones,
corazones de todos los españoles.
Gemidos de dolor y aires de tristeza,
de los que sufren para morir, una larga espera.
Porque están muertos en vida,
despues de sufrir la agonía.
Se mueren de dolor al ver
aquella gente que quieren,
que han muerto en aquel tren.

Gritos de silencio recorren,
cada escuela, cada calle,
miles y miles de españoles,
que sufren al ver esa masacre.

No debería haber nadie,
capaz de hacer ese barbarie,
y es que matar a un hombre,
no es defenderte, porque siempre,
siempre será y fuere,
matar a un hombre.

Pobres niños ya sin padres,
almas en pena viajan por el aire,
el rencor que ahora nace,
porque nadie NADIE tiene derecho
a quitarle a un niño sus padres.

Pobres padres ya sin hijos,
que naufragan solos en su navío,
buscarán, sin dejar al destino,
que pongan a cada cual en su sitio,
buscarán venganza por la muerte de un hijo.

Pobres gentes, que son muerte,
pobres corazones latientes,
maldita escoria que mueve,
día a día tanta muerte.

Verónica Gutiérrez López
(3º E.S.O., I.E.S. Juan Antonio Castro,
Talavera de la Reina)

 

 

ESPECIAL 11-M: PALABRAS CONTRA EL HORROR

Nuestro ciberpoema se ha convertido, como nos ha recordado Elena Gayán, en un trágico presentimiento. A pesar de todo, seguimos creyendo en la palabra. En la poesía como suprema expresión de la creación verbal.
En el poema como invento duradero, capaz de florecer
en el dolor y de vencer al tiempo. En esta web
como punto de encuentro de culturas diferentes,
hermanas todas al fin. Seguid, por favor,
regalándonos vuestras palabras
contra el horror.

PALABRAS PARA MI HIJA

Cualquier ciudad del mundo, cualquier 11 de marzo, cualquier año, cualquier padre, cualquier hijo...
-Papá, cuéntame qué pasó aquel 11 de marzo del año 2004, cuando yo apenas comenzaba a dar mis primeros pasos y balbuceaba con dificultad tu nombre sin necesidad de más respuestas que tus labios dibujándome sonrisas.
-Hija mía, aquel 11 de marzo del año 2004, a las ocho menos veinte, cuando apenas los primeros rayos mañaneros inauguran un nuevo amanecer, unos canallas decidieron cambiar la tinta negra de la multitud de libros que se leen en los trenes de Madrid por la tinta roja de la sangre de personas inocentes, trabajadores, estudiantes, amas de casa, niños y niñas, un bebé de pocos meses como entonces tenías tú, seres humanos que sólo aspiraban a llegar ese día a su destino para decir a cualquier compañero, a cualquier amigo, a un padre, a una madre: buenos días!!! Hija mía, ese día y el siguiente no te pude sonreír.


Antonio José Mialdea Baena.
(Córdoba, España)
(Recibido el 12 de marzo de 2004)


LÁGRIMAS TRISTES DEL CIELO

(En memoria de las víctimas del 11-M)

Camina la sombra por los prados
verdes de una húmeda primavera
entre las lágrimas de los muertos.
Camina la sombra por los prados
secos de un cálido verano
entre los rayos de las almas.

Solloza el cielo, triste
gimen las nubes que cruzan
como fantasmas que lloran
como lágrimas tristes del cielo.

Del fondo del ser
del abismo que se esconde
tras las cortinas de la carne
suena la voz
la melodía del sentimiento
atrapado entre los pliegues
de la vida:

Necesito verte serena
caminar entre los cañizos
altos del bosque gris
de cemento
que forma completa la ciudad.

No quisiera confundir
las andanzas, acechanzas
de un tiempo remoto
ido, pasado sin color
que como las estelas
de la mar, el mar
dejan rastro plateado
de su paso.

No quisiera dejar pasar
el día solo que oscuro se marchita
cubierto, enterrado por el humo
que sucio cubre las paredes
de la ciudad marchita.

Verte con la cara límpida,
fresca y secuestrada
por la sonrisa.
Oler tu cuerpo, tu voz
clara que resuena
entre las lágrimas
cubiertas de acero gris
duro que forma
la coraza de un mundo
desabrido, solitario, mudo,
abandonado entre la suciedad
de su propio destino
que sin alzar la vista
cabizbajo, llora
los paraísos perdidos, añorados.

Perdida la sangre
en el ocaso de una vida
marchita, malograda
grita desesperada
hasta desgarrar la voz
sin voz,
el silencio ausente
el silencio que desgarradamente
grita por hacerse oír:

Siento añoranza oscura
de lo oscuro que lentamente
se llena de luz.
Tengo frío, tengo miedo
el espanto cegador abrasa
la esperanza liberada.
Siento el calor de la carne
que levantándose sobre sí
se atrevió a mirar el mundo
de frente, de pie
desafiadamente, atrevidamente
con la locura en la mirada
que el transfondo transparente
adivina la nada, el sueño,
el abismo al que llaman alma.

Sentida la felicidad
de un pasado inmaculado
que quedó olvidado
pintado, salpicado de la sangre
roja de inocentes.

La tierra, fría
se estremece temblando
de los surcos que los humanos
horadan en su piel.

Desgraciadamente
hemos perdido la luz
que llena el fondo de la mirada
mirada oscura
que solo mira afuera
ojos profundos
que se adivinan vacíos
estériles, solitarios, mudos
transparentes en su mirar.

Lentamente
nos hemos hundidos grises
sin llenar las horas muertas
que danzando
acechan en las sombras opacas
quietas contra la pared blanca
se adivinan sucias
miserables, profundas, huecas.
Llenar el espacio que llenan
las sombras solas,
escribir tu nombre con palabras
de viento frío
aliento vaporoso
que apenas besa tus labios.
Calladamente
se abren sitio los silencios
entre las grietas del ruido
dejando escapar un suspiro
suspiro que tirita
vaho temblón
suspiros de vida
lamenta el día
lamenta la noche
las estrellas suspiran por recoger
los restos de la vida
como lágrimas tristes del cielo.

Javier Méndez
(Madrid, España)

(Recibido el 29 de marzo de 2004)


 

IFEMA EN EL CORAZÓN

Que hacia el IFEMA me voy,
que en el IFEMA me encuentro,
que no quisiera venir.
Que me dan miedo los muertos.
A las puertas he llegado,
no quiero pasar, mas entro,
corros hay de familiares,
cÍrculos de ansiedad y duelo,
lágrimas secas de pánico,
miedo, miedo; sóllo miedo.
Allí veo campesinos,
aquí unos padres viejos.
Mis manos con la emigrante...
¡Qué miedo me dan los muertos!
Llega a la sala el SAMUR.
¡Silencio! ¡Ruego silencio!
Un corro, una tristeza.
Pánico, impotencia y miedo.
Dos nombres, sólo dos nombres.
Gritos, abrazos y rezos.
A la sala han de bajar
a ver si es suyo el cuerpo.
El murmullo vuelve al aire;
caras que guardo en el recuerdo,
batas blancas, curas, "paters",
solidarios camareros;
todos con caras amables
ofreciendo sus remedios.
Esperan que alguien les diga
que todo fue un mal sueño.
Pasan las horas; angustia,
llega de nuevo el vocero.
Otro silencio de muerte,
tres nombres, ¡pobres abuelos!,
la madre que se desmaya,
gritos de rabia al gobierno.
Mantas rodean los cuerpos
de los que pierden el suelo,
y otra vez silencio, miedo,
y así pasan los segundos,
los minutos son eternos;
y los pobres familiares
la fe la tienen muy dentro,
de que no digan su nombre,
que su hijo no este alí dentro,
en aquella sala, la seis,
en bolsas de color negro.
Salgo a tomar el aire,
otras salas, otros duelos.
Otros que esperan y esperan,
otros que van ya de entierro.
Familiares que se abrazan,
muerto está, lo he visto muerto.
Vómitos, mantas con niños
que parecen mármol quieto,
blancos con ojos vidriados
perdidos en ese infierno.
Vuelvo a mi sala y allí está
Virginia, quieta en su puesto,
a Petrica han encontrado
herido en el hospital,
está vivo, no está muerto,
sonrisas, corren a verlo.
El tiempo viaja despacio,
Virginia vuelve en silencio,
aquél no era su novio,
tendrá que esperar de nuevo.
Y sigue la noche eterna,
y siguen nombrando cuerpos;
y familia tras familia
rompiendo, se van rompiendo.
La esperanza no se pierde
pero quedan muchos huecos
de gentes que saben ya
que mañana irán de entierro.
Tres hermanos que buscaban,
han encontrado sus restos,
bajan a la sala seis.
Mañana en el cementerio.
La hermana pequeña de Inés
se cae como un tronco seco,
sus parientes la recogen.
El sol, está amaneciendo,
pajaritos cantan, cantan
anunciando los sepelios.
Cojo el coche, voy a casa.
¡Qué pena me dan los muertos!
¡Cómo lloraban las madres!
¡Qué suerte que no es nuestro!
Los cuerpos de los difuntos,
bolsas de plástico negro.
Caras cubiertas de pena,
de ansiedad de angustia y miedo
los rostros de los parientes,
son los rostros de los muertos,
porque ayer todos supimos
cómo se muere por dentro.

Manuel Sánchez Castaño
(Madrid, España)